Una misión es una experiencia que nos invita a salir de nuestra zona de confort. Es salir de lo conocido, de lo cotidiano, de los “mismos lugares y personas de siempre”. Es adentrarnos en una realidad que nos es social, económica, geográfica, emocional y culturalmente ajena (y hasta desconocida). Es un camino donde el motor no son nuestros propios gustos e intereses sino que hay un otro, que en su situación de vida, nos llama, nos convoca. Es una invitación a atravesar nuestros propios límites y así transitar un camino de éxodo, saliendo de nosotros mismos para conocer mejor al otro, a los otros, y llegar a ser plenamente humanos (VI CD y IV ADM).
Al salir de nosotros mismos y conocer mejor al otro, especialmente cuando ese otro es el excluido, contribuimos a la misión educativa de nuestra escuela al propiciar una experiencia que habilite nuevas miradas del mundo. Educar es siempre buscar la ampliación de los horizontes del sujeto y propiciar la constitución de nuevos intereses como flujos más permanentes . Estos intereses, estos horizontes propuestos a nuestros alumnos no son ingenuos ni fortuitos. En nuestra escuela aprender dice relación con la vida social y sus conflictos. Aprender no es posible, en clave de evangelio, sino desde el lugar del pobre (HPP 31). El rostro del otro, la piel del otro son el lugar donde Dios nos Visita y desde donde nos convoca a colaborar con su vida, a hacernos cargo de su libertad por la justicia.
En una escuela con proyecto de inspiración cristiana todos los saberes se integran en la sabiduría cristiana, que es la capacidad del discernimiento hecho desde el lugar del pobre. Para que este discernimiento sea posible, creemos imprescindible ofrecer experiencias de encuentro real y concreto con el excluido. Sin experiencia no hay encuentro. Sin encuentro no hay transformación posible.